Hace unos años, mi amigo historiador Pedro David Correa, me regaló un libro invaluable llamado «Tarot del amor mestizo» publicado por Fundación Empresas Polar (VE). No tiene páginas, sino folios sueltos, con pinturas de época que representa la mezcla de razas que trajo el encuentro con el joven continente, las nuevas pieles, rasgos, voces.
Sobre ese amor mestizo que viene desde la colonia, hoy voy a mostrarles su viva propia en este siglo XXI. Nada ha cambiado tanto como creemos.
¡Qué maravilla nuestra Latino América!. Nadie es realmente puro, nadie. Eso nos hace más amables, cariñosos, fogosos en la intimidad e ilimitados al pensar; por esa misma razón tardamos años en evolucionar algunas situaciones, sobre todo políticas. Nos quedamos en el Barroco para siempre, recargados, engañosos, fiesteros, intensos, amorosos y fuertes. Somos mestizos.
El mérito que tiene el amor en el mundo, es que a través de la historia de la humanidad, amarse va más allá del color de la piel, género y edad. Es una fuerza inagotable, que nos lleva por senderos correctos o nos entrega en manos de la ceguera propia de Eros (amor sexual). En nombre del amor se ha construido y destruido el mundo, no hablo de el Planeta, sino de nuestro interior. ¿Quién tendrá la razón?.
Es muy curioso ver cómo los indígenas de alguna manera se han mantenido en un alto porcentaje puros. Sin embargo esto sucede cuando sus poblaciones están muy lejanas y protegidas de lo urbano.
Siempre es admirable ver a una rubia alemana totalmente hechizada por un negro de alguna playa caribeña, el embrujo es mutuo. Ya no es besar, es fusión lo que sucede en labios de distintas latitudes, idiomas y costumbres.
En Venezuela es parte del paisaje ver en los pueblos de costa, unos hermosos mulatos, piel morena, ojos verdes, nariz perfilada; o los piel blanca, pelo ensortijado, con rasgos negros que les dicen bachacos, por no ser tan agraciados. Supongo que el contacto con lo -diferente-, es justamente lo que muchas veces enamora.
Lo más cerca que he estado de esta locura, fue enamorarme en Sudáfrica de un turco musulmán; si les da curiosidad lo pueden leer en mi blog personal, «África me dijo enamórate rápido que no tienes tiempo» https://goo.gl/FQl64e ; pero más allá de ese encuentro – desencuentro religioso, no tengo mayor experiencia en carne propia, salvo el pensar que el matrimonio de mis papás también fue mestizaje.
Mi papá costarricense, otro mezclado más, con padre de El Salvador, y madre de Costa rica; mi mamá, venezolana hija de campesinos de las cumbres andinas; ambos sucumbieron al amor y tatatatata nací yo, con ese árbol genealógico robusto, aunque enmarañado de historias blancas e indias, del cual sigo descubriendo anécdotas, rescatando pedazos perdidos.
Amor mestizo fue lo que encontré en el territorio de los indios Malekus en Costa Rica, les dejo los dos links anteriores donde narro lo que viví con ellos https://goo.gl/tMx0LO y https://goo.gl/GpJTmB . La cercanía con los centros urbanos, ha permitido que el amor fluya y la mezcla surja, las costumbres ancestrales se eclipsen.
En medio del bullicio de ese día y en mi necesidad ávida de encontrar alguna historia, vi a una hermosa mujer, blanca como la leche, ojos claros, rubia, ella sobre salía entre las demás mujeres que si eran Malekus, con piel tostada de rasgos indios. Tenía un bebé en brazos de unos dos años, que iba y venía hacia ella, cansado del calor, el ruido, la espera. Me senté a su lado.
Traté de hacerle fotos al niño, capturar su mal humor, sentir la paciencia noble de su madre. Me volteé y sin pudor le dije, -tú no eres Maleku-, ella sonrió con timidez, sus ojitos claros decían tanto, era como una poesía encerrada en el corazón a punto de estallar.
-No, no soy Maleku, pero estoy casada con uno. – Dijo convencida.
-¡Ah! imagínate, te embrujó un indio – le dije bromeando
-Sí señora, me tiene enamorada – Asintió con sus mejillas encendidas.
Me conmoví. Sentí su fuerza femenina entregada a ese amor mestizo y vi sus frutos, sus dos niños, Yorbith José de 8 años y Justin de 3.
Ella me contó que dejó la capital para irse a vivir al territorio indígena, donde todo era diferente, pero era su familia. No me dio más detalles, no los necesité, porque entendí en su mirada que había dejado muchas cosas atrás para abrigar el amor.
Les hice algunas fotos, la tomé de la mano y la bendije, diciéndole que ojalá valiera la pena todo su sacrificio, que fuese feliz aunque otros no lo entendieran. Nos abrazamos. Amé su coraje, acepté que en el tema de amor no tengo ninguna historia valiente, salvo el haber sobrevivido a relaciones estériles, sin perder la ternura y creyendo en la posibilidades del amor como lo vi en ella.
Me quedé pensando largo rato su historia, en sus niños. Al rato ya estaba de nuevo aturdida entre la gente o caminando con los niños Malekus. En algún momento regresé y la vi ansiosa buscándome, me presentó a su suegra, que me abrazó como si fuésemos amigas. Melilú me tomó la mano diciendome, -le tengo esto-. Era una artesanía hecha por su suegra, de eso viven. Quiso agradecer que fui dulce con ella.
Lloré enternecida, porque solo dando y recibiendo amor, incluso de los extraños, se hace conexión directa hacia Dios.
Cuando las mujeres nos reconocemos sin barreras, sino de alma a alma, sin juicio, suceden esas cosas, como lo que yo viví con Melilú.
Aquí estamos las tres, honrando la alegría del encuentro, conectadas desde la espiritualidad, sin piel pura esencia femenina.
Pura vida.
Gracias de nuevo a Fundeico. Gracias TRIBU.