El viaje al territorio de los indígenas costarricenses Malekus https://goo.gl/xFCaao, me dejó con el corazón esponjoso y lleno de la voluntad humana, pero sobre todo fue una recarga de ternura, tengo la despensa llena y los protagonistas son tres niños indígenas: Dany, Jareth y Luis.
Yo estaba fuera del paisaje, demasiado blanca, demasiada alta y con -otro- acento, además de tener una -gran cámara- como la llamaron los niños; creo que fue la mezcla perfecta para llamarles la atención, nunca me dejaron sola, fueron mi regalo del viaje.
Mientras la comunidad se trataba de organizar en el salón de usos múltiples, mi compañero de viaje, Anthony y yo nos fuimos a la cancha de fútbol con todos los niños, él previamente había tratado de entretenerlos entre el bululú de la gente, pero lo mejor era sacarlos de allí.
Lo cierto es que no estábamos preparados para atender a los niños como es debido, pero como la naturaleza ofrece todo para entretenernos, a Anthony se le ocurrió que jugar con los charcos del campo de fútbol era buena idea, estoy segura que las madres no, pero ya el daño y la felicidad estaban hechos.
Yo me puse mis orejas de Cebra y les pareció demasiado cómico, hasta que Anthony… se le ocurrió decir que quería ver la cebra saltar en el charco. Allí empezó mi larga jornada de humedad, sudor, barro y alegría.
Al rato, Dany quiso usar la cámara, entender cómo funcionaba, yo sin miedo y con amor, me quité la cámara del cuello, se la puse y fui llevando sus manos para que entendiera cómo protegerla y cómo dar click. Funcionó. Su felicidad era total, le encantó cuando le dije que podía ser fotógrafo, le brillaban esas pupilas hermosas y redondas que tiene; ojitos azabache como le diríamos en Venezuela, tal vez aquí en Costa Rica ojitos de tinto.
Él me preguntó qué me había gustado comer en Costa Rica, le conté de mi amor loco por los mamones chinos, entonces apresurado me dijo – ¡vamos! ¡vamos!, te voy a mostrar los árboles. Caminamos casi 20 minutos para llegar, no sé si es que era muy lejos, sólo sé que estábamos como a 40 grados, así que creo que yo iba lenta.
No solo me llevaron a ver cómo era un árbol de mamón chino, también me mostraron dónde están los monos y un puente que cruza por encima del Río Sol, donde más tarde terminé remojando mis sudorosos pies y divirtiéndome con la ingenuidad que ellos me regalaban. Allí tratamos de practicar con el temporizador de la cámara, pero hacía tanto sol que ni yo pude ajustarlo correctamente. Lo que si hizo Dany, fue cuidar la cámara y disparar muchas veces.
Sè que al ver las fotos del Río Sol sentirán cierto temor por su color, pero siempre es así, no está contaminado y cuando le pega el sol directo toma un color amarillo ocre, de allí su nombre, y para ser muy sincera igual me hubiese metido con ellos, riesgos que estoy acostumbrada a tomar.
Me senté un rato a conversar con Dany, sus nueve años ávidos de información y amistad me conmovían, me contó que ya multiplicaba, con mucho esfuerzo me respondió algunas multiplicaciones, también de repente me miró y me dijo: soy mestizo. Quise saber a qué se refería, me dijo que su mamá era Maleku y su papá no, lo sentí inquieto cuando me decía eso, así que le dije que yo también era mestiza, me miró con incredulidad.
-¡En serio soy mestiza!, mi papá es costarricense, y mi mamá venezolana, además mi abuela materna era como de tu color de piel, india andina.
Eso le dio mucha risa, porque me decía que yo era muy blanca, me abrazó. Yo sé lo que se siente no sentir que se pertenece, así como también encontrar a quienes me han hecho parte de su manda mestiza, como lo hizo Dany.
– ¡Venga vamos a que vea mi casa! – fue su grito emocionado. Allí empezó otra caminata a 40 grados, pero yo ya qué importaba.
De camino nos encontramos con un árbol de mandarina, los tres se asomaron a ver si había fruta, quedaba solo una en lo alto del arbolito, así que Dany decidió treparse a buscarla. Cuando se bajó, murmuraron entre los tres y me la entregaron, -es para tí-, entonces yo le dije, -es para nosotros- La destapé y cada quien tomó un gajito, aunque nos dimos cuenta que previo, un pajarito ya la había picoteado.
Seguimos caminado, Yareth que poco había conversado conmigo se acercó y me entregó una cayena. -No tengo nada más para regalarte-.Lo amé.
Debo confesar que él es el primer hombre que me da una flor llena de total e ingenuo amor. Enseguida me la coloqué en el cabello, les dio mucha risa y con picardía me dijeron que estaba bonita.
Al llegar a casa de Dany me encontré con su mamá, que no entendió mucho quién era yo, su hermanita y dos perritos. Vi todo el terreno, rodeado de árboles, con un silla tejida afuera donde me pidieron que me sentara mientras correteaban alrededor mío y Dany tomaba fotos. Así debe ser el cielo con los ángeles.
Cuando íbamos de regreso a la plenaria con las mujeres de la comunidad, me mostraron dónde juegan. Encontramos una casa abandonada, por supuesto nos metimos, para compartir conmigo un secreto, el escondite donde guardan -cosas- Allí un carrito hecho con material reciclable me hizo aguar los ojitos, me acordé del montón de juguetes que tienen mis sobrinos, sentí pena por el vulgar desequilibrio del mundo, donde generalmente los niños reciben una buena tajada de excesos o de exclusión.
Nos topamos con una yegua y su potranco, yo la saludé llena de amor. Tengo especial magia con niños, perros y caballos. Nos llenamos una vez más los pies de barro, la lluvia no amilanaba el calor que nos terminó de empegostar, pero repito, ya no lo sentía.
La noche empezó colarse entre el cielo gris. Cuando me di cuenta solamente Dany estaba conmigo y bastante alejado de su hogar. Nos acompañó a ver una ceremonia típica Maleku, que los líderes de la comunidad hicieron para nosotros y luego lo llevamos a su casa.
Sentí como un raspón de piel cuando me despedí. La certeza de un amor espontáneo que solo los niños entregan, y una promesa en silencio de regresar con ellos.
A donde he ido en el mundo, estar con los niños ha sido un suceso digno y maravilloso, desde dirigir niños en los Scouts, hasta adentrarme en la pobreza venezolana o sudafricana y ahora en Costa Rica, los niños han estado presente en el tejido de mi corazón, de mi razón de existir.
Sufro descarnadamente el tema de los refugiados y desplazados en el mundo, como sufro la separación física de cientos de familias venezolanas, a causa de la dictadura, donde los niños crecen,viendo a sus tíos y abuelos a través del Skype; ahora yo soy parte de esa familia virtual.
Si tienes un niño en tu casa, que su niñez sea una siembra generosa de experiencias, generosidad y alegría, es lo que alimenta un futuro con gente más noble que brinde equilibrio, en un Planeta que le gusta la guerra.
Este viaje me conectó a Costa Rica como yo he decidido vivir, con y por la gente.
Que Dios sea dulce y me permita regresar a territorio Maleku.
Que Dios sea generoso y me permita cumplir misión de vida en este territorio.
Que Dios sea espléndido y le permita a estos angelitos ser hombres y mujeres de bien.
Gracias a Dany, Jareth y Luis por ser mis guías, mis protectores del camino, mis amigos.
Gracias a la mamá de estos niños, aunque crean que les faltan cosas para dar, les han dado lo esencial, la capacidad de dar y recibir amor.
Gracias de nuevo a Fundeico y su potente gente, son mi nueva tribu.
«¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!»