Publicado en Amor, Salud espiritual, Sexualidad y vida de pareja

Mi cupido de alas negras

Mi cupido tiene alas negras, no se parece en nada al de las tarjetas del Día de San Valentín.

Le gusta los bosques al atardecer, danzar en las aguas del mar cuando solo hay estrellas, comer chocolate sin sentir culpa y tejer amistad con un hilo fino de plata que le regaló una ninfa hace mucho.

Cuando él apareció en mi vida tenía sus alas blancas, yo también; pero las perdimos en el primer desamor, me había enamorado de un muchacho hermoso, de piel dorada, de vuelo alto; era como un águila veloz, yo fui su presa de caza, con él aprendí que hay hombres que te violentan con sus palabras, te murmuran crueldad.

Las alas de mi Cupido y las mías se volvieron grises, pesadas.

Tardamos mucho en retomar vuelo, cuando lo volvimos a hacer, mi Cupido había dejado de creer en el amor; yo, aunque parezca insólito, no, entonces creí que podía encontrar compañía sin él, me equivoqué.

Para intentar sanar mi Cupido y yo nos adentramos al bosque, nos hicimos amigos de los lobos y aprendimos a subir a la copa de los árboles,  bañarnos de luna cada mes. Era realmente joven cuando esto pasó, la piel ingenua, los labios ávidos de saber que era un beso, el corazón apresurado por vivir; varias veces intenté que Cupido me ayudara, pero que va, no quería. Hasta que un día de verme tan agobiada, me dijo -¡lo vamos a intentar!- y me dejó volverme a enamorar, pero no me había dado cuenta que yo estaba triste, la crueldad deja heridas profundas, incluso debajo de tu sonrisa.

La tristeza nunca es buena compañía, no te deja ver más allá de tus ojos inundados de prisas y anhelos; no te deja mirar hacia adentro y como encontré el amor estando triste, volví a fracasar. Esta vez fue más doloroso porque traté de ser feliz a través de otra persona, no me importó su realidad, que muy distinta a la mía; me llevaba muchos años, quise consolar mi tristeza anterior con una especie de papá, que a veces decía cosas muy dulces, otras me engañaba, de repente me tomaba de la mano y luego me ignoraba, jugueteaba conmigo, me convirtió en una mujer de la cual hoy tengo compasión;  fui  de las mujeres que creyendo amar se convirtieron en la sombra de otro. Eso no es amor. Mi Cupido trató de decírmelo infinidad de veces, yo estaba sorda, temerosa de la soledad.

Cuando me di cuenta mis alas se habían tornado totalmente negras y mi Cupido lleno de misericordia por mi dolor, me abrazó para fusionar sus alas a las mías, así podría volar de aquel sufrimiento y protegerme a mí misma, o de cualquier otro que quisiera llegar hasta el centro de mi corazón sin amarme. Entonces fui yo, aunque podía volar, la que dejó de creer.

Por algún tiempo usé mis alas para seducir, sin compromiso, sin luz, sin importarme que eran hermosísimas porque las tenía unidas a las de Cupido. Solo tenía el deseo carnal de sentirme viva de alguna manera, no la pasé mal, pero cada vez estaba más lejos de abrir mi corazón. Me perdí.

En medio de la tormenta que yo misma había creado, agonicé sobre los brazos de Cupido y él para que yo no me lastimara más el corazón, me dio un leve beso en los ojos llevándome a un río, allí miré mi reflejo, logré encontrar mi alma. Tardé en reconocerme. Cupido en su infinito amor por mí, limpió mi mirada. Me mostró el amor propio.

Mis alas siguieron siendo negras, no hay vuelta atrás cuando oscurecen; pero mi mirada estaba aliviada, llena de ternura, mi corazón tranquilo. Mucho tiempo después en la soledad que había decidido, me fui a tierras muy lejanas, donde tener alas negras combina con el paisaje.

Recuerdo que hice una siesta, y al despertar estaba acompañada con alguien que quería que usara de nuevo mis alas, me enseñó el valor mi piel porque va atada al alma, transitamos paisajes a través de la ternura que poco a poco había recuperado, puede ver linderos luminosos del bosque, los cuales yo no sabía que me pertenecían. Caminamos por horas debajo del manto estrellado, sus palabras se volvieron poesía, mis manos revivieron, logré una danza ingenua, no tuve más prisa, se fue la soledad.

Por sobre todas las cosas él logró que yo amara mis alas negras, que no me avergonzara nunca más de mi historia, me sentí perdonada. Rescató mi lado femenino y con ello pude ver al resto de las mujeres con compasión, reconocer en ellas cuando la vida también les ha teñido las alas, y abrazar a aquellas que las perdieron; porque más doloroso que tener las alas negras, es no tenerlas.

La mayor lección que él me dio, fue mostrarme gran cantidad de hombres con alas oscuras, creí que solo nos pasaba a nosotras, resulta que a ellos también les han roto el corazón. 

Hoy sé que mis alas negras y todo acobijan a otros, les muestro el camino al río para lavar sus ojos, trato en lo posible de entregar a través de mis palabras esperanza para que se recuperen de las pérdidas. Descubrí que cuando el perdón y el amor propio hacen alfarería juntos, tenemos otra oportunidad, siempre podremos tomar de nuevo la vida en nuestras manos. Siempre.

Aquel quien despertó a mi lado después de una larga siesta no fue más que Dios en mí.

Soy justo una de sus criaturas nobles y hermosas que han transitado a través del dolor que dejan los malos amores. Soy una de sus criaturas que ha tenido que aprender a ir a buscar sus propias rosas al jardín, porque nunca ha recibido unas en San Valentín. Soy de esas mujeres que han preferido la soledad pero con el corazón abierto, a lo que llamo valentía, porque nunca más he regalado mi piel, ni mis sueños y he vuelto a creer en el amor.

Aquí vamos un año más mi Cupido y yo, con las alas negras grandes, de vuelo sereno, brillantes. Descubrí que en la medida que mi corazón tenía más luz, mi alas brillaban más, abrazaban más.

No me hace falta un 14 de febrero,  porque voy amando la vida en cualquier fecha, la mayor celebración de amor es seguir respirando, creer en la bondad que nace en nosotros, así las circunstancias sean hostiles.

Cupido después de mucho tiempo ha sido benevolente conmigo, aquí voy aprendiendo a abrazar de nuevo, de repente en un parque cuando menos lo esperaba, me permitió descubrir como «nunca» que podía ser besada desde el amor, sin prisa, voy extendiendo mis alas.

Mientras aprendo más del amor, vivo, vuelo sin remordimiento, soy quien he decido ser. Aquí. Allá.

Autor:

Bio: Periodista venezolana – costarricense. La cigüeña me dejó en Caracas, aunque pienso que debió haber sido en París. Viví un tiempo libre en Sudáfrica. Desde muy pequeña escribo y hablo para apaciguar mis demonios y darle ánimo a mis ángeles, en el transcurso de la vida encontré la fotografía como una manera capturar el aliento del mundo. Soy una emprendedora dedicada al desarrollo del talento humano a través del nombre de CEBRA POSITIVA https://www.facebook.com/cebrapositiva; poseo 15 años de experiencia en dinámicas de grupo, resolución de conflictos, tengo aval para orientar a través de las herramientas de la Psicología Positiva, Scout, sanadora y coach ontológica (certificada). Miembro de la comunidad católica de Emaús, quienes servimos en nombre de Jesucristo; totalmente respetuosa de todas las religiones principalmente la musulmana, con quien conviví y oré en Sudáfrica y de los Cristianos a quienes les debo un especial soporte amoroso; porque sin Dios nada de lo que hago sería posible. ”Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” Salmo 119:105. Los espero en www.cebrapositiva.wordpress.com

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